9 de mayo de 2011

#1 Drew. (y sus inmensas ganas de contaros que ronda por sus arterias y venas)

Siempre he pensado que el eyeliner negro da un aire de misterio y de distancia. Los labios rojos de imposibilidad y mito. Los pantalones rotos de vulgaridad falsa, las sudaderas anchas de calor y las Converse de estereotipo. Las pulseras de tachelas en las muñecas de dureza y las uñas rojas de elegancia contenida.
No sé si todo lo que llevó pensando toda mi vida es falso. Si a la gente no se le pasa por la cabeza lo mismo que a mí al verme, cuando yo me observo en el espejo. Quizá la gente nunca se pare a pensar en las cosas que tienen delante. Así es como intento convencerme a mí misma de que el problema de la humanidad es que no observa, no memoriza, no distingue, no siente las emociones que los demás intentan expresar por encima de su piel.
Los cascos rojos enredados entre mis bucles rizados siempre fueron mi marca de identidad, entre otras.
De camino a clase, siempre sonaban canciones que se asemejaban con mi estado de ánimo. Le pedía a mi reproductor que hiciera algo por mí, y ahí estaba, la canción indicada, con los acordes indicados y la letra indicada. Cerrar los ojos, mientras suenan las notas idóneas y dejarte llevar a mundos paralelos. La gente siempre me llama loca cuando dejo de lado las pandillas y las falsas amistades para ponerme mis cascos rojos. Me gustan las voces rasgadas, las que expresan las circunstancias del dueño.
Nunca me interesaron las modas, las amistades, el amor o los típicos problemas de alguien de mi edad. Disfrutaba en mi mundo, con mis cómics, mi música y mi despreocupación.
Los sábados salía sola por mi ciudad. Me ponía unos tacones y unas medias de rejilla y pasaba toda la noche de garito en garito. De cerveza en cerveza y de porro en porro. Nunca disfruté de la compañía de las drogas, pero eran las únicas que estaban conmigo los fríos sábados de Diciembre. Los taxistas me preguntaban si estaba bien cuando veían que el rimmel se mezclaba con mis lágrimas. Yo simplemente sonreía y asentía. ¿Por qué iba a estar mal?
Un día, sin más miramientos, mi vida decidió que iba a cambiar. No miro por mí, solo por ella y puso todo patas arriba. En mi iPod sonaban canciones rápidas cuando me apetecía algo lento, mi labial rojo se acabó, y mis cómics sólo parecían hablar de amor.

6 de mayo de 2011

Que seas de esos que nadie recomienda.



Entré en tu cabeza y tus instintos de supervivencia contra todo tipo de amor se fueron al garete. Crucé la línea que separaba la razón del sentimiento y cambié las tornas al asunto. Quizá hice mal, no lo sé. Lo único que sé es que destrocé tu plan de salir vivo de esta, o por lo menos con algo de cordura.

Y me encanta.