31 de diciembre de 2011

Que nunca baje la Marea.


"Tengo en vez de un corazón no sé cuantos corazones, tengo en vez de un corazón en el pecho lo que soy. Y todos me piden amor y yo uno a uno se lo doy..."

Llevo siguiendo a estos cinco genios unos cuatro años. Recuerdo el momento exacto en el que escuché 'Corazón de Mimbre', el momento en el que me di cuenta de que iban a formar parte de algo. Que iban a ser importantes.

Dejando a un lado los sentimentalismos, ayer me dejaron bastante alucinada. La puesta en escena era brillante, tenían a los lados del escenario los dibujos que hay en el interior del disco nuevo y el juego de luces impresionaba.

A la media hora de que abrieran las puertas, pasaron los Luter, ni se presentaron ni nada. La gente decía '¿y estos quién coño son?'. Yo sabía que iban a pisar fuerte, y lo hicieron. Al rato, el Palacio de los Deportes coreaba 'Luter, Luter, Luter...'. Entre canciones de su primer y segundo disco, entró Kutxi, en chándal, y soltó algo así como 'perdonad que entre, pero es que esta canción me gusta mucho' y la cantó con ellos.
Una vez salió Kutxi, estos tres locos siguieron tocando, y se ganaron a la gente, como era de esperar.

Después, Luter salió y en las pantallas que hay a los lados del escenario empezaron a salir imágenes un tanto desconcertantes. Al principio eran esqueletos, y luego corazones latiendo. A la vez que latían, el suelo empezó a vibrar y la gente se ponía nerviosa. Se iluminó un trozo de escenario y vimos al 'héroe' entrar en escena, el que, como diría Kutxi, no es un héroe de Marvel, es un héroe de verdad. Levantó una baqueta y creo que no fui la única que pensó que el escenario se iba a romper en unos segundos. 'Bienvenido al secadero' entró con muchísima fuerza, y con miles de personas saltando al ritmo de la guitarra del Kolibrí. Después pasaron a 'La Majada' y a una de las canciones que más me gustan: 'Duerme conmigo'. 
Pararon unos minutos de tocar para que Kutxi, como siempre, empezara a contar sus peripecias. Nos dijo, literal, que los cigarros electrónicos son una puta mierda, que si no nos mata el tabaco nos matará la vida, que qué caro es Madrid y qué mal nos va a ir con el hijo de puta de Rajoy. 


Más tarde, sonaron En tu Agujero y Canaleros, y Kutxi le dedicó 'Petenera' a la fallecida mujer de Alén. 
Con 'Que Se Joda El Viento' reventamos la pista, creo que fue una de las canciones que más disfrutamos nosotros, el público. A continuación, sonaron la mítica 'Manuela Canta Saetas' (tiene en los ojos girasoles... que no saben de frases de poetas, no, señor...) y una del disco nuevo: 'Las últimas habitaciones'. 
Como conté antes, 'Corazón de Mimbre' es la primera canción suya que escuché y, por tanto, en la que más disfruté, sin lugar a dudas.
Tocaron el clásico 'Mierda y Cuchara', y dos de las nuevas que yo considero las mejores de En Mi Hambre Mando Yo: 'Ojalá me quieras libre' y "El día que lluevan pianos'

No podía faltar la aparición estelar del Piñas (según Kutxi, el hombre más guapo de España, con ese pecho palomo...) que nos cantó esas canciones que solo él puede cantar en directo: "Con la camisa rota", "Alfileres" y "Trasegando". 
Volvió a entrar nuestro Kutxi con 'Ángeles del suelo' y luego hizo algo que, creo, nadie esperaba: sacó al escenario a un Poncho K que iba hasta las cejas y ambos cantaron 'Ciudad de los Gitanos'. Salió el señor Poncho y Kutxi le preguntó a Kolibrí que qué canción era esa que siempre les pedían y nunca tocaban, entonces el guitarrista hizo sonar los primeros acordes de 'Barniz' y juro que la gente sacó fuerzas de donde ya no había y gritó como nunca.
Más tarde, nos permitimos el lujo de descansar un poquito con dos de las nuevas: 'Sobran Bueyes' y 'Plomo en los bolsillos'. Luego, cerraron con 'La Rueca', 'Pedimento' y 'Como los trileros'.

Apagaron las luces del escenario y nos quedamos todos con cara de tontos. Gritando 'Perro Verde, Perro Verde, Perro Verde'. Salió el señor Romero, nos preguntó, '¿qué voy a hacer con vosotros?' y nos juró que si aplaudíamos muy fuerte, salían y cantaban... no una, ni dos, sino tres canciones más. Gritamos, joder, gritamos y aplaudimos como si nos fuera la vida en ello. No podíamos salir de ese estadio sin 'El Perro Verde' y 'Marea'. 

Volvieron a entrar todos y tocaron 'Romance de José Etxailarena' ya sabéis: "y es que me meto la vida en tres calás. La primera se atrinchera en un rincón, la segunda me va haciendo menos daño, la tercera está subiendo los peldaños de mi corazón..."
Después, como tenía que ser, saltaron con 'El Perro Verde' y todos volvimos a sacar fuerzas y gritamos muchísimo. 
Luego tocaron la penúltima, que para mi gusto es una de las canciones con más mensaje que tienen: 'Como el viento de poniente' y Kutxi Romero nos recitó esos versos que a mí tanto me gustan: 
"Y esta palabra, este papel, escrito por las mil manos de una sola mano, no queda en mí ni en vosotros, ni tampoco sirve para sueños. Cae a la tierra, y allí se continúa, pero no como mera palabra en papel escrito, sino como una sucesión de sonidos del corazón. Llamadlo música si queréis. Y cuando la música se termina, los bailarines nos miramos como si estuviésemos desnudos, y ahí decidimos si merece la pena seguir tocándonos, o si sólo fuimos meros objetos del infinito equilibrio universal de los planetas... hasta siempre." 

Por último, la que no podía faltar, la canción entre canciones, el himno 'Marea' (cuentan que un verano voló y se dejó el corazón debajo de la cama...)



Es difícil hacer crónica de un concierto con un mínimo de criterio cuando llevas años adorando a un grupo. Cuando te sabes cada letra, cada acorde y cada golpe de platillo. No os creáis nada de lo que os cuente una fan, a no ser que vosotros también lo seáis.


Larga vida al Rock and Roll.

27 de diciembre de 2011

Leiva.

Para todo el mundo, "el flaco de las gafas de Sol. Sí, el chico este que canta... ¿cómo se llama?". Para mí, y para unos cuantos más, una mitad. La mitad del grupo que llegó un día a tu vida y te voló la puta cabeza. Te cantó canciones que hablaban de Madrid, de chicas, de alcohol, de amor, de aviones y aproximaciones. Te ponían los pelos de punta hace un año, en directo.
Entonces se separan, ¡chas!, y se rompe un trocito de ti, de tus recuerdos. Anuncian cd's por separado, porque, según ellos, no quieren elegir entre las canciones de uno y las del otro. Uno de ellos está más apartado de lo comercial, de la discográfica. El talento es el mismo, lo que te trasmiten es exactamente lo mismo, pero a distintas voces, a distintas guitarras.
Yo solo puedo decir que pese a que me duela que ya no estén juntos, van a salir dos obras de arte gigantes en forma de CD, y esto es solo un adelanto:  

23 de diciembre de 2011

El Ático de Malasaña. #4


Los domingos siempre fueron días efímeros y extraños. Días de decisiones importantes y soledades ansiosas por un abrazo. Los lunes, en cambio, eran días de resentimiento ante la imponente rutina que cerraba a cal y canto puertas y ventanas para que nadie pudiera escapar de ella.

Un domingo cualquiera, estaba sentado en el último asiento, el de la ventanilla, de un autobús. Garabateaba sus sueños en una agenda que le regaló su abuelo en 1990, cuando aún era un crío. Normalmente, las agendas, pasado el año en el que están impresas, se guardan o se tiran, pero no se siguen usando como hacia él. Aunque nunca nadie pudo afirmar que fuese una persona normal.

En esos garabatos describía a la magnífica Holly Golightly, con sus aires de diva y su mente de pequeña soñadora. Se parecía tanto a ella... a la chica que, si quería, podía dibujar nubes en el asfalto y llenar de parquímetros el cielo. También, a veces, retrataba con metáforas al triste Fred. Era irónico que su vida en ese momento se pareciese tanto a la de los personajes de su película favorita.

Subía a esos autobuses sin ningún rumbo fijo, solo para escribir o dibujar y dejar que su mente saliese de los pensamientos habituales de amor, desamor y ruina; y dejaba que Moon River se apoderase de su vida.


15 de diciembre de 2011

El Ático de Malasaña. #3.

Siempre llevaba un café ardiendo entre las manos. Le gustaba el arte y se indignaba viendo las noticias. Tenía una mirada increíble, reía hasta hacerte enloquecer. Bailaba bajo la lluvia o en habitaciones cutres de hoteles de paso. Odiaba este mundo, pero él la adoraba. 

Nunca fue de esas que dibujan corazones en las esquinas de los folios o en los puntos de las íes. Prefería dibujar estrellas, decía que nunca mentían y que eran las únicas que dictaminaban tu suerte.
Nunca creyó en Dios, pero creía en cualquiera que le diese calor en noches frías de invierno.

Era, de lunes a sábado, de Stones, pero los domingos le perdían los Beatles.
Su sonrisa era inquietante, aunque efímera. Era de esa gente que sonríe con la mirada.
Siempre tuvo un papel de groupie que ni ella misma buscó pero acabó encontrando. Todos los artistas que la conocían se enamoraban de ella, pero no le servían. No eran lo suficientemente amargos, decía, para que eso que hacían, se pudiese llamar 'arte'.


Estaba loca.
Pero las mejores personas lo están.

9 de diciembre de 2011

Sangrar, decir, averiar, hacer el torpe...



Solo queremos que instantes nos transporten a ese mundo loco que algunos llaman felicidad. Yo solo necesito una sonrisa sincera, o unas cuantas letras de canciones en las esquinas de los cuadernos en clases de Física aburridas y absurdas. Pero, ¿a qué nos dedicamos? A querernos. Hasta el más solitario se dedica a querer, o en su defecto, a odiar. A sentir lo que sea. A tener algo que decir cuando se sienta delante del portátil en un viernes de esos en los que cualquiera se pregunta qué hace con su vida. Pero el sábado, nada más levantarse, sube la persiana y entran por la ventana todas las respuestas. Lo bonito que es Madrid y que en Diciembre hace un frío que pela.





"A veces, podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto, toda nuestra vida se concentra en un solo instante." Oscar Wilde.

8 de diciembre de 2011

"Tengo una enfermedad que no se me quita... los años"

Y es cierto que el tiempo pasa, pesa y pisa.
Siempre me gustaron tus maneras de gobernanta. De yo hago lo que quiero cuando quiero y como quiero. Tu cabezonería y tu capacidad de que, pese a todo, todo el mundo te quisiera.
Ahora dueles. Me duele tanto la realidad que me reprimo a escribirte un texto. Hoy no he sabido qué decirte. Nunca aprenderé a asimilar las cosas con cabeza, soy pasional, sentimental, o incluso ñoña. Llámalo como quieras. El caso es que no he sabido afrontarlo con positividad, solo con una sonrisa amarga, aguantándome las lágrimas. 
Pensándolo mejor, preferiría que me dijeras 'quítate esos pelos de la cara, hija' o que me contaras que tu pasado fue muy negro, y que ahora no sabemos valorar el mundo en el que vivimos...


...y no que me miraras pidiéndome que te salvara.



Necesitaba decirle esto a alguien.

3 de diciembre de 2011

El Ático de Malasaña. #2


Sábado por la mañana, se levantó a eso de las once. Puso el café y se sentó delante del papel. Hacía muchísimo tiempo que no era capaz de escribir más de dos líneas seguidas con un mínimo de coherencia. Exactamente, tres meses, justo desde el día en que pisó la capital y la dueña de la pensión le entregó las llaves.
Solía hacer esto todas las mañanas; calentaba el café hasta que parecía que iba a hervir y, mientras esperaba a que se enfriase, juntaba frases en su mente e intentaba escribir un texto sobre lo bonito que es el amor, o lo que es lo mismo, algo de lo más comercial. Trabajaba para un grupo de pop-rock inglés que intentaba hacerse un hueco en la música en castellano. Eran rematadamente malos pero parecía que aún no se habían dado cuenta. Él escribía sus letras, todas de amor, las letras menos sinceras jamás escuchadas, y se las entregaba a la banda. Ellos, como carecían de conocimientos en la lengua española, las aceptaban con una sonrisa.
El grupo, como era de esperar, fue un éxito. Miles de fans adolescentes se agolpaban a las puertas de la discográfica para esperar a que saliesen sus músicos de mierda.

El caso es que su sueño de infancia siempre había sido escribir. Escribir como loco, vivir de ello.
Era bueno, era jodidamente bueno, pero él no lo sabía. Todo buen letrista o novelista necesita haber sido aplastado por la vida o, lo que es lo mismo, haberse enamorado alguna vez, para escribir con el corazón o hasta con el alma. Pero él nunca había vivido. No me refiero a la felicidad o esos términos tan de moda ahora, con los que se viene a decir que tienes que estar con la sonrisa de idiota plantada en la cara todo el día. La seguridad en sí mismo, la falta de miedo, el amor, la carencia de odio. Esas cosas que pueden resultar difíciles de conseguir pero, que cuando las consigues, más que haber encontrado la felicidad sientes que te has rendido a la más terrible de las rutinas.
El caso es que lo que a él le faltaba no era eso llamado "felicidad". Lo que le faltaba era sentir, sentir lo que fuese, incluso dolor. Necesitaba saber que estaba vivo sin necesidad de ponerse la mano en el lado izquierdo del pecho para comprobar que su corazón seguía latiendo.
El día que el sujeto en cuestión empezó a 'sentir', fue cuando se estampó de bruces contra ella en la escalera de la pensión.
La historia cambió su ritmo. Desde entonces todo iba lento. El heavy metal sonaba dulce y delicioso si ella lo ordenaba. En los recitales de música clásica la gente encendía mecheros si a ella le apetecía.
Siempre le gustó sentirse importante, especial, rebelde. Ella era el desconcierto de los conciertos. Jugaba con él como nadie.
Una vez escribió en un billete de cincuenta su número de teléfono y se lo dio, diciéndole que si, como él decía, estaban destinados, ese billete acabaría en sus manos.