11 de enero de 2011

#5. Querido Christian (África)

Recuerdo como me empapaba de arriba a abajo mientras esperaba el autocar que me llevaría de vuelta a Madrid, después de aquellas odiosas vacaciones con mi madre y su nuevo novio. Caía una buena y no hacía más que agobiarme porque probablemente cogería una pulmonía del quince. Realmente, en cualquier otra época del año, me hubiese gustado ponerme enferma, ya que no tendría que ir al instituto. En cambio ahora, que acababan de empezar las vacaciones de verano, no me hacía ninguna gracia. Entonces, apenas tenía quince años y ningún adolescente, en sus plenas facultades mentales, desea perderse las adoradas vacaciones. Era una época para olvidar lo que te había hecho daño a lo largo del curso, los amigos que te fallaron o los amores que quisieron ser pero no fueron. Era una época de libertad. Pero mi madre estaba empeñada en que hiciésemos planes familiares o algo así. Ella misma sabía que no nos soportábamos la una a la otra, que hacía mucho tiempo que dejamos de ser madre e hija para ser dos personas que vivían juntas. Ambas habíamos tenido siempre un carácter chocante y eso no lo iban a cambiar unas vacaciones en familia. Me imaginé que querría dar una buena imágen de mí a su nueva pareja. Bueno, pues no lo consiguió.

Mientras esperaba al autocar, unas señoras cuchicheaban, refiriéndose a mí, sobre como estaba la juventud de hoy y que pintas de vagabundos llevábamos todos. Solté una carcajada y se apartaron, como si fuese a hacerle algo. Realmente estaba empapada, así que decidí dejar de pensar en ello y dar un paseo. Total, quedaban dos horas para que llegase el autocar. Me dirigí hacia un grupo de chicos más mayores que yo. Les pedí tabaco. Se rieron en mi cara.
-¿No eres un poco pequeña, preciosa?
-¿Qué importa? Me voy a morir igual, así que, ¿qué más da antes que después?
Me miraron durante unos segundos, intentando digerir lo que había dicho y siguieron con la conversación que tenían antes de que yo llegase. Frustrada, me di la vuelta y caminé hacia mi punto de partida. Menudos gilipollas. Al rato, tenía al novio de mi madre preocupadísimo por mi. Y cuando llegué, me hechó la charla y me dijo que no podía irme sin avisar y blah blah blah. Patético. Tendría que mejorar sus dotes de actor. Eso para impresionar a mi madre no sirve, ella nunca se preocuparía por mi.


Me escapé otro rato, buscando algo caliente que tomarme, para prevenir mi futura pulmonía, más que nada. Compré un café en uno de esos establecimientos de comida rápida y me fui a bebérmelo al baño. No me gustaba la gente. Estuve largo rato allí, sentada en los lavabos, mirando al infinito y maldiciendo a mi madre.
De repente, encontré a uno de los chicos de antes delante de mí. Mirándome.
-Toma - dijo, ofreciéndome un cigarro - Perdona a mis amigos, son idiotas.
-Tú actuaste igual.
-Entonces yo también soy idiota. ¿Estamos en paz?
Lo miré, esperando que se burlara de mi de un momento a otro. Ni rastro.
-¿Por qué? - dije con tono brusco
-¿Siempre eres tan borde?
-Sí.
-Me gusta
-¿Que sea borde?
-Sí.
-Eres raro.
-Y tú. Pero, ¿qué sería el mundo sin gente diferente?
Me dedicó una sonrisa y salió del baño, arrastrando unas viejas Converse grises.

8 de enero de 2011

#1. Caroline

Me desperté temprano, cosa que no suelo hacer nunca y puse el café. Me vestí con lo primero que encontré en el armario: un par de botas militares, unos vaqueros rotos por todas partes y una sudadera de Aerosmith. La noche anterior había preparado la maleta. Tuve que ingeniármelas para cerrarla, estaba hasta arriba. Decidí sacar todo lo que no fuera totalmente indispensable y estaba visto que me equivoqué, porque una sudadera de Aerosmith, unos vaqueros rotos y unas botas militares no podían faltar. Recogí mis cuadernos de dibujos, mis cd's, los negativos de mis fotografías y mi guitarra. Me tomé el café, saboreándolo todo lo posible, ya que no sabía lo que me esperaba en la gran ciudad y mucho menos si volvería a probar algo caliente en mucho tiempo. La decisión no había sido tan dificil como esperaba. Seguramente, en una de las películas de mi hermana pequeña, el sujeto en cuestión estaría llorando a mares y de fondo sonaría una balada triste. En absoluto. De fondo sonaban los gritos de mi vecino antes de maltratar a su mujer y en cuanto a lo de las lágrimas... Ya derramé todas las posibles en su momento, estaba completamente segura de que no me quedaban más.
En ese momento recordé unas palabras que me dedicó un profesor hace años: "Si no quieres creer en Dios, no lo hagas, si no quieres creer en la gente que te rodea, tampoco. Pero si no quieres creer en ti misma estás perdida". Esas palabras sonaban en mi cabeza a menudo y me recordaban quien era: nadie. Y que hacía en este mundo: limitarme a existir. Me terminé el café, cogí mis cosas y salí corriendo por la puerta. Unos segundos más hubieran bastado para echarme atrás.

2 de enero de 2011

#4. Querido Christian:

Eras un genio medio loco, desgastado por la vida. Eras un Beatle, un café caliente y una mirada que nadie sabía que buscaba. Eras un beso a las cinco de la mañana y una sonrisa en los días de nostalgia. Eras la Navidad en Madrid, las bicis en verano y la melancolía del invierno. Eras el Rock and Roll de los ochenta, las frases irónicas y los sandwiches de Nocilla. Eras 'Smells like teen spirit' de Cobain, los solos de Jimmy Hendrix y el 'Imagine' de Lennon. Eras los amaneceres del sur y los paraguas rojos del norte. Eras los semáforos en rojo, con beso incluido. Eras una sonrisa incansable.