28 de febrero de 2012

Todo empieza donde acaba la razón. -relatos cortos-


La primera vez que la vi llevaba una camiseta de Led Zeppelin y esmalte de uñas naranja. Enredaba sus manos de aspecto frágil entre los rizos castaños y miraba con detenimiento cada libro de la estantería. Sujetó uno entre sus manos, le quitó el polvo que tenía por encima y lo abrió por la segunda página, para leer la dedicatoria que el autor le solía hacer a un ser querido. Eso era lo único que parecía tener importancia para ella. Acto seguido, se acercó al mostrador donde estaba yo y puso el dinero sobre la mesa, sin mirarme si quiera, con la vista fija en la dedicatoria del libro.

Desde aquel día, en el cual yo empecé a trabajar en la librería, iba cada martes y seguía con su ritual. Me desconcertaba enormemente la forma que tenía de decidir si le gustaba un libro, ni siquiera se fijaba en el argumento y mucho menos en el precio. Me gustaba la forma en que cogía el libro de la estantería y le quitaba el polvo. Lo hacía como si estuviese acariciando a un ser vivo, con extrema cautela.

Un martes de tantos, me miró.

A mí, que me gustaba la vida con todos sus destellos, su risa y su misterio. A mí, que me cantaban los músicos del metro canciones que hablaban de chicos solitarios. A mí, que me embriagaba el olor a sal de las ciudades con mar. A mí, al chico que nunca supo por qué se escribían canciones como Angie. La vi, y lo supe. Me dejó de gustar la vida, y empezó a gustarme ella. Los músicos del metro me cantaban All you need is love y empecé a olvidar el olor de la sal para acostumbrarme al de la nicotina. Angie se la escribió un hombre a una mujer. Y a mí solo me salían palabras que no encontraba en los libros que ella adoraba. Ni en las dedicatorias.

27 de febrero de 2012

Tristeza sostenida.

Antes de que suene a despedida, quiero decir que fue bonito intentar armarme de valor. Matarme con una sonrisa y morirme con dos. Fue bonita la ilusión y la sensación de que algo nuevo y real llegaba a mi vida. Las expectativas y las malas compañías hicieron de eso algo que me daba la vida cada lunes. 


Pero se me han acabado las ganas, y ahora suena a despedida. 

25 de febrero de 2012

La cárcel con mayor número de barrotes y sin rejas que limar se llama tiempo. Te aprieta, te ahoga y te va consumiendo acorde pasan los segundos, los minutos y las horas. Esclavo del reloj, vives con prisa.

Rompe los barrotes uno a uno, el límite es el cielo.

24 de febrero de 2012


23 de febrero de 2012

Mañana puede que los sueños viejos vuelvan a tu vida. Puede que el tocadiscos vuelva a sonar y la máquina de escribir no necesite de tus dedos para hablar de amor. Pero hoy, no. Quizá no necesites ver una sonrisa para seguir respirando, o tus pulmones decidan no currar cuando te falten abrazos. Hoy, no. Hoy, a tu poeta se le terminan los versos y por mucho que escuches sus canciones, no entiendes de qué hablan.


Jueves de miedo por no vivir y solo existir. Existir da miedo.

Maldito de todo aquel, maldita de toda aquella que no se acuerda de los días de Mierda y Cuchara.

19 de febrero de 2012

Puedo ser absurda, inconsciente, fatídica. Puedo olvidar lo políticamente correcto con un cruce de miradas. Ser una cínica, una idiota, una mentirosa. Puedo volver a caer en las mismas zanjas de siempre, sentir lo que nunca quise sentir. Puedo creer en Dios, en Alá o en Superman. Puedo ser auténtica, humilde, cabezona. Puedo ser tímida o estar totalmente loca. Puedo saltar, correr, bailar o pasarme un día entero en el sofá. Puedo emocionarme o no sentir nada. Puedo ser inteligente o ingenua. Puedo creer en ti, pero se me da mejor creer en mí. Puedo esquivar los baches o darme de bruces contra ellos. Puedo ser impulsiva, un terremoto o de la que nadie habla. Un abismo o una carretera asfaltada. Puedo callarme o soltarlo todo volviendo a ser políticamente incorrecta. Puedo saltar con una canción o llorar con mil. Puedo ser romántica o parecer ridícula. Puedo enamorarme los viernes y desenamorarme los lunes. De Beatles o de Stones. Qué más da, soy igual de indecisa que siempre.

18 de febrero de 2012

"No me cuentes de las penas que te taladran las venas"

¿En qué momento se fue todo a la mierda? Le vi y me acordé de esa frase, de esa película. Son palabras que, unidas, nunca suenan bien y recordarlas sienta aún peor. 
Tiene un diario en el que, según dice, tiene escritas las palabras de su vida. Yo soy como él, resumo todo con unas cuantas palabras y unas cuantas frases hechas. 
Nunca me ha dejado leerlo, y siempre he vivido con la duda de si tiene escritos los momentos felices, o el resto, que quizá tienen más peso en la balanza. Es el que tiene más vida en los ojos del mundo, una de esas personas que sonríen con la mirada. 
Creo que hasta el día de hoy no he sido consciente de como funcionan las cosas, de que los mejores siempre son los que más sufren, de que no existen religiones, ni creencias que te salven; de que el brillo de los ojos se va perdiendo acorde pasan los minutos y la vida se va desgastando detrás de cada lágrima.

14 de febrero de 2012

Tengo abiertas las mismas heridas de siempre, y cerrados los mismos cuadernos donde las escribí. Tengo las mismas manías, los mismos miedos y la misma sonrisa. Se me saltan las lágrimas con las mismas palabras y las mismas personas. Sueño los viernes y me limito a  amanecer los lunes. Tengo las mismas ojeras, y las mismas ganas. Sigo sin saber como hacerte sonreír, y sin comprender como funciona la vida.

Y aún me sigue taladrando el corazón la misma canción que dice que me lleves al baile.


13 de febrero de 2012

#4

Ella rompía hojas de papel cuadriculado y escribía trozos de su historia en ellas. Las guardaba en el bolsillo del abrigo, las dejaba en los asientos del metro y se cambiaba de sitio para observar el comportamiento de la gente al verlas. La mayoría ni se fijaban, la gente va demasiado pendiente de sus preocupaciones personales -muchas veces absurdas- como para reparar en nada más. Aunque sí es cierto que algunas personas cogían los papeles, los desdoblaban y los leían. Unos ponían cara de aburrimiento, y otros simplemente los tirabas, impasibles. A ella le chocaba el trato de la gente en la ciudad, y más de los desconocidos. 

Todo cambió cuando el dueño de unas Converse grises rotas aparecieron delante de ella, desdobló el papel y sonrió. Simplemente sonrió, ni siquiera se preguntó quién lo había escrito ni miró alrededor para averiguarlo. 
Sonrió y ya está.
Y con eso a ella le bastaba.

11 de febrero de 2012

#3


"Pagué mis deudas con canciones y mis errores con despedidas."


Le gustaba salir a volar en aviones de ida, pero no de vuelta, y olvidarse de aparecer los viernes por la tarde en el aeropuerto, mientras ella le esperaba sentada en el mismo banco de siempre, el que nunca compartía. Cogía un taxi y volvía a casa, con lluvia en las pestañas y sin paraguas. Se sentaba en el sofá, miraba durante un rato la tele apagada y volvía a llenar el mismo cenicero. Hacía dos años que soñaba con el día en que no necesitase mechero, y consiguiese un paraguas para frenar la tormenta de sus ojos grises apagados. 
Él nunca pidió perdón, y ella nunca pidió permiso y el 4ºB de la calle de la Estrella acabó cerrado por derribo, como su corazón. 

9 de febrero de 2012

Mi casa está justo arriba de tus pestañasmi calle va toda recta hacia tu cintura.


Tu voz suena con las cuerdas de mi guitarra...

6 de febrero de 2012

#2

Cogió la guitarra de detrás de la estantería y sopló para quitarle el polvo impregnado en ella, por los años y la falta de atención. A ella siempre le había gustado mirarle mientras la afinaba y se quejaba del mal estado en el que la tenía. Para él, una guitarra era como una extremidad más, y decía que si se rompía sufriría tanto como si le amputaran un brazo. Soñaba con tener una banda y tocar, pero las aspiraciones de abogado de éxito que sus padres le habían adjudicado eran más fuertes. Tenía una de esas familias que hacían que la idea del asesinato no sonara para nada descabellada. Eran conservadores e increíblemente cerrados de mente, y lo único que querían era que su hijo fuese importante para el mundo. Lo que no sabían era que durante años fue importante para ella. Fue, como la guitarra, una extremidad más; y cuando llegó esa tarde en la que murió su historia también le dio la sensación de que le amputaban un brazo. 

En la cocina del 4ºB empezaron a sonar los primeros acordes de la canción que había escrito para ella, que se entremezclaban con el olor a nicotina y champú que, a él, siempre le acompañaban, como un segundo equipaje.
Ella cerró los ojos e imitó lo que hacía en el colegio, en la asignatura de Música. La profesora les ponía un disco con cantos de pájaros, ruidos de gotas al caer -que cruel casualidad- o accidentes de tráfico, y ellos tenían que escribir lo que veían en su mente con esos sonidos, con todo lujo de detalles.
Nada más escuchar el primer 'la' de esa canción, se recreó en aquella tarde de hacía dos años...

Era invierno y los copos de nieve caían sobre el alfeizar de la ventana. Contaba con los dedos de una mano las veces que había visto nevar en su vida, y le sobraban. Pasó al menos una hora mirando como los capós de los coches se iban tiñendo de color blanco, mientras removía un café que hacía mucho rato que se le había enfriado. Se puso el abrigo y las botas y salió a disfrutar de la nieve a la calle. En el bolsillo guardaba el iPod que él le había regalado hacía unos meses, que solo tenía dos canciones. Decía que en la vida existen dos extremos -en el que nos consideramos completamente felices, y en el que queremos que la tierra nos trague-, y cada una de esas dos canciones representaba uno de ellos. Las canciones las eligió al azar y, una, la de 6:42, hablaba del frío que se siente cuando falta alguien en tu almohada. Justo esa canción fue la que sonó esa tarde, cuando recibió una carta que decía que él se había ido al extranjero a estudiar Derecho y, con ello, había renunciado a sus sueños teñidos de Rock and Roll. 
En cuanto leyó el final de la carta dejó de nevar, y los copos que caían sobre la ventana del 4ºB de la calle de la Estrella, se convirtieron en gotas de lluvia que iban muriendo acorde descendían por el cristal.

5 de febrero de 2012

#1


-Pareces feliz, ¿lo eres?

Cogió la taza de café humeante entre sus manos, sabiendo que al probarlo iba a quemarse el paladar. Cada vez que se ponía nerviosa y no sabía qué responder, hacía cosas absurdas. Si estaba comiendo con cubiertos, tiraba el tenedor al suelo para hacer tiempo mientras lo recogía. Si tenía un libro cerca, lo tomaba y se concentraba en ver pasar las hojas. 
La pregunta la había dejado sin saber qué decir, bebió un trago de café y, como era lógico, se quemó. Él rió viendo como se ponía roja e intentaba disimular que se estaba abrasando la lengua.

Desde su último encuentro habían pasado dos años, tres meses y once días. Ella era de esas que tachaban los días del calendario y dedicaban su tiempo a esperar a que ocurriese las cosas en vez de hacer algo por que pasaran. Disfrutaba pensando que llegarían tiempos mejores, aunque lo que en realidad quería era coger un reloj, girar las agujas en el sentido contrario y transportarse a aquella lluviosa tarde, hacía dos años, tres meses y once días.

Incontables eran los ceniceros que se habían llenado desde aquel día, e incontables las gotas de lluvia que habían vuelto a caer sobre el cristal del salón del 4ºB, en la calle de la Estrella.

-Supongo que la gente seguirá mintiéndote a su antojo. Sonreír puede hacerlo cualquiera, eso no significa que sea feliz o deje de serlo. Los actores lloran en las películas, y eso no quiere decir que su vida sea un drama. 

-Sigo escuchando la misma canción todas las noches, ¿sabes? La misma, y sigue durando 6:42. Es gracioso, todo se ha puesto patas arriba y la puta canción sigue durando 6:42.

-Pero ya ninguno de los dos hace lo que dice la letra. Ya no has vuelto a perder por verme sonreír. Eso sí, hace tiempo prometí escribirte una canción. Y como siempre, mal y tarde, la tienes aquí. ¿Quieres escucharla?

-Solo si también dura 6:42

A las ocho y cuarto, la presentadora del telediario anuncia que Siberia nos avisa de que el invierno no ha terminado, por mucho que a ti te dé la sensación de que acaba de empezar cuando evitas sujetar(le) la mirada. Siempre has sido fiel a eso de que solo tú te entiendes, pero cada vez crees menos en lo que antes no pondrías en duda. Luego está la pila de apuntes que te tienes que estudiar, y las canciones que no soportas que suenen los domingos. El mundo se vuelve absurdo cuando tú tienes un único motivo, que se desvanece si le ves triste.
Se te van las ganas, pero el mundo parece seguir con su vida y no se entera de que tú te has metido en uno de esos laberintos sin salida de los que no sabes salir. Como en esa peli de terror, necesitas huellas en la nieve que te orienten.




O un abrazo, y que le den por culo a los siberianos. 
(primavera, ven y cúrame el invierno)

3 de febrero de 2012

Never change.

Cambias. Cambias de curso, de amigos, de caprichos, de peinado, de sueños, de motivos, de cicatrices. Cambias de corazón.


Pero las canciones que te han acompañado durante todos estos años siguen siendo las mismas, sigues sintiendo lo mismo cuando aparecen en el aleatorio del iPod. Los mismos acordes, la misma letra, la misma voz y los mismos golpes de platillo. 

Y eso nunca cambia, nunca muere.

1 de febrero de 2012

Relatos cortos en noches sin Luna.



Por mucho que los años pasen, J. va a seguir siendo el mismo, con las mismas magulladuras. Pero no magulladuras físicas. Heridas de antiguos amores y aún más antiguos desamores. Heridas de sangre, de lágrimas en habitaciones oscuras, sin un rayo de Sol que entre por la ventana. En edredones descosidos que tuvieron mejores días y mejor compañía. Mejores sonrisas entre besos rápidos y noches lentas. Echar de menos es fácil, lo difícil es echar de más. Porque el amor cuando no muere mata y en la ciudad grande mata más que muere.

Ahora los fantasmas del pasado se le aparecen y le cuentan que a ella le va bien. Todo lo bien que le puede ir a alguien sin amor, todo lo bien que le puede ir a alguien que se quitó el peso de los sentimientos de encima. Nunca le dijo que lo sentía, ni ella hizo amago de que quisiera perdonarle los años y mucho menos los daños.