6 de febrero de 2012

#2

Cogió la guitarra de detrás de la estantería y sopló para quitarle el polvo impregnado en ella, por los años y la falta de atención. A ella siempre le había gustado mirarle mientras la afinaba y se quejaba del mal estado en el que la tenía. Para él, una guitarra era como una extremidad más, y decía que si se rompía sufriría tanto como si le amputaran un brazo. Soñaba con tener una banda y tocar, pero las aspiraciones de abogado de éxito que sus padres le habían adjudicado eran más fuertes. Tenía una de esas familias que hacían que la idea del asesinato no sonara para nada descabellada. Eran conservadores e increíblemente cerrados de mente, y lo único que querían era que su hijo fuese importante para el mundo. Lo que no sabían era que durante años fue importante para ella. Fue, como la guitarra, una extremidad más; y cuando llegó esa tarde en la que murió su historia también le dio la sensación de que le amputaban un brazo. 

En la cocina del 4ºB empezaron a sonar los primeros acordes de la canción que había escrito para ella, que se entremezclaban con el olor a nicotina y champú que, a él, siempre le acompañaban, como un segundo equipaje.
Ella cerró los ojos e imitó lo que hacía en el colegio, en la asignatura de Música. La profesora les ponía un disco con cantos de pájaros, ruidos de gotas al caer -que cruel casualidad- o accidentes de tráfico, y ellos tenían que escribir lo que veían en su mente con esos sonidos, con todo lujo de detalles.
Nada más escuchar el primer 'la' de esa canción, se recreó en aquella tarde de hacía dos años...

Era invierno y los copos de nieve caían sobre el alfeizar de la ventana. Contaba con los dedos de una mano las veces que había visto nevar en su vida, y le sobraban. Pasó al menos una hora mirando como los capós de los coches se iban tiñendo de color blanco, mientras removía un café que hacía mucho rato que se le había enfriado. Se puso el abrigo y las botas y salió a disfrutar de la nieve a la calle. En el bolsillo guardaba el iPod que él le había regalado hacía unos meses, que solo tenía dos canciones. Decía que en la vida existen dos extremos -en el que nos consideramos completamente felices, y en el que queremos que la tierra nos trague-, y cada una de esas dos canciones representaba uno de ellos. Las canciones las eligió al azar y, una, la de 6:42, hablaba del frío que se siente cuando falta alguien en tu almohada. Justo esa canción fue la que sonó esa tarde, cuando recibió una carta que decía que él se había ido al extranjero a estudiar Derecho y, con ello, había renunciado a sus sueños teñidos de Rock and Roll. 
En cuanto leyó el final de la carta dejó de nevar, y los copos que caían sobre la ventana del 4ºB de la calle de la Estrella, se convirtieron en gotas de lluvia que iban muriendo acorde descendían por el cristal.

1 comentario:

  1. La calle de la estrella (polar). Tú tienes un don o algo en esos dedos.

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