27 de diciembre de 2010

#3. Querido Christian:

¿Nunca te has parado a pensar en quien te has convertido, ahora, que tienes la edad que deseabas tener de niño? Para mí ya es algo rutinario recordar cuando tenía siete años y usaba el maquillaje de mamá o me imaginaba enamorada y feliz. Ahora, apenas me importa mi apariencia. Cosa de la que me alegro, pero que, tiempo atrás, ni se me podía pasar por la cabeza. Tampoco estoy enamorada. Antes esperaba un príncipe azul esperándome en la puerta de casa, con una sonrisa radiante y facciones perfectas. Irónico. No existen, y si lo hacen son tan idiotas como el mío.
Esta mañana he ido a casa de mis padres. Mi madre abrió la puerta y, sin decir una palabra, hizo ademán de que me dejaba pasar. Yo accedí, incómoda, al darme cuenta de que mi padre no estaba en casa. Han sido unos minutos eternos. Por lo visto, mi padre se encontraba en el bar de abajo. Era de esperar, la verdad, pero ni siquiera se me pasó de la cabeza al levantarme por la mañana y pensar en hacerle una visita a los que fueron tus suegros. Mi madre me miraba de arriba abajo, supongo que buscando por alguna parte a su antigua hija. Aquella niñita perfecta.
Recuerdo, como si fuera ayer, cuando te conocí. Tus Converse rotas, tu sudadera verde y tu sonrisa invencible me vinieron a saludar aquel día, en el que todo parecía salir asquerosamente mal.

16 de diciembre de 2010

#2. Querido Christian:

Hoy, he hecho algo que llevo esperando desde que tengo uso de razón. He alquilado un pequeño loft justo en el centro de Madrid. Realmente fue gratificante trabajar durante largos veranos para llegar a esto. Ahora puedo decir que soy lo más libre que se puede ser en este mundo. Claro que me gustaría poder ir desnuda por la calle sin que me detuviesen, tocar heavy metal en un ballet, besarme con una chica delante de una iglesia… pero las libertades no llegan hasta ese punto. Me conformo con esto. Hoy, como cada día de mi vida, me he levantado tarde, he maldecido mis ojeras mañaneras, he cogido el skate que me regalaste y me he dirigido Dunkin Coffee, dónde he comprado un donut que he desayunado (junto a uno de los deliciosos capuccinos que me enseñaste a hacer cuando nos conocimos) en mi gran terraza. En realidad es un ático, se ve prácticamente todo el centro de Madrid, tengo el edificio Metrópolis, ese que tanto adoro, justo delante. También se ven las luces navideñas y a la gente pasar, ajetreada y con cara de pocos amigos, sin fijarse en lo precioso que es cada detalle de esta ciudad. También he visto atardecer, con el ruido del comienzo de las fiestas privadas y las sirenas de la policía. Cabe destacar que, por la tarde, he dado un paseo bajo la lluvia con mi hombre encantador, algo que a mí me ha parecido precioso a él no le ha dado más que motivos para quejarse de que se estaba mojando sus botas nuevas. Ahora es cuando tú te ríes y maldices a esos “asquerosos pijos”. Sí, por aquí hay muchísimos, por eso me encanta, me siento diferente, especial. Me siento la mejor. Sólo faltas tú.

8 de diciembre de 2010

#1. Querido Christian:

He de reconocer que me encantaba cuando te quedabas sin argumentos para contrariarme y te ponías como un niño cuando tiene una pataleta. O también cuando te enfadabas con el mundo y no te apetecía más que abrazarme y contener las lágrimas, porque te daba vergüenza a horrores que te vieran llorar. A mí también, ¿sabes? No puedo soportar que nadie me vea llorar, no soporto rebajarme a esos niveles, parecer frágil y débil (aunque está más que claro que lo soy, me gusta autoengañarme, supongo) y que intenten consolarme y decirme que ya se me pasará, que el mundo no acaba ahí. Pues, ¿sabes qué? Ese día sí acabó el mundo. Cuando te fuiste, cuando me dejaste aquí, sola, rodeada de gente. En este oscuro bucle infinito, tachando días del calendario y desayunando a oscuras. No puedo decir que te echo de menos, no es así, ahora estoy con alguien. Es la clara imagen del concepto “encantador”, así sin más, es el tipo de chico que adoran mis amigas. Me da infinita vergüenza salir a la calle con él, de la mano, como dos enamorados pastelosos que se escriben cartas de amor y están constantemente diciéndose lo muchísimo que se adoran. Buag. No te imaginas cuanto le odio. Pero ¿y qué? Es lo que cualquiera esperaría de mí, alguien como él. No como tú. Con tus Converse zarrapastrosas, tus pantalones anchos y rotos, tus mil tatuajes… y, sobre todo, tus ideales de libertad. A mi madre casi le dio algo cuando te vio, ¿recuerdas? Eso era lo bueno de aquello, que me dejaba ser libre. Podía bañarme en las fuentes, fumar lo prohibido, beber hasta olvidar que mis manos eran mis manos y mis pies eran mis pies, saltar en los charcos, beber cerveza a morro de los bares y salir corriendo, pasar días enteros vagando por las calles olvidándome de que el mundo real me esperaba a la vuelta de la esquina… y todo contigo. Sí, contigo. ¿Sabes? Mi mundo es una auténtica mierda desde que te fuiste. Ojalá nunca te hubiese gritado de ese modo. Vale, sí, definitivamente te echo de menos. Muchísimo. Tengo que dejar de escribir, mi hombre encantador me espera.

18 de noviembre de 2010

Le dolían los huesos de bailar (Caroline)

Caroline llevaba el pelo alborotado y las medias totalmente rotas a causa de la euforia de la noche. Le dolían los pies de saltar, la mandíbula de sonreír y los labios de besar. Tenía serias dudas sobre si aquello era un sueño o la vida real. Esa que siempre había sido tan cruda, insensible y despiadada con ella. Se pellizcó. Todo seguía igual. Su pelo seguía alborotado y sus medias rotas. Su flequillo, siempre recto y perfecto, ahora caía, despreocupado, por su rostro. Le dolian los huesos de bailar. Seguía dudando de si era o no un sueño.
-¡No, Caroline, no! ¡No ha sido un sueño! Has reído, bailado, cantado y bebido libremente durante toda la noche. ¡Hacía años que no te sentías tan viva! ¿Años? En la vida habías sido tan feliz como hoy - se dijo a si misma.
La gente de la calle la miró. Unos se reían de ella, otros negaban con la cabeza, dando a entender que aquella chica les daba lástima. Otros se asustaban pensando que estaba drogada o algo parecido. Caroline solo sabía que era feliz. Y que no le importaba lo mas mínimo lo que pensara esa gente. Ni que tampoco le importaban los recuerdos que inundaban su mente de vez en cuando. Alex. Eran como latigazos. Pero ya no le importaban. No le importaban lo mas mínimo. O eso quería pensar.

31 de octubre de 2010

Espero que entiendas mi sarcasmo (Alex)

Y otra vez vuelvo a lo mismo. A odiarte. A sentir la extrema necesidad de largarme y no volver a verte más. Gracias por volver a pegarte a mi. Espero que entiendas mi sarcasmo. Si, claro, siempre lo hiciste.
En aquellos momentos llegué a quererte. Si, a quererte y a necesitarte. A sentirme absolutamente libre y feliz si estabas tú. A querer tenerte en cada momento de mi vida. A no necesitar a nadie más que a ti en este mundo.
Si, ¡joder! Pero las cosas han cambiado. Yo ahora necesito otra cosa, necesito vivir. Necesito quererla, necesito que me abrace y me diga lo mucho que ELLA me necesita a mi. Creo que tú ya sobras en esta historia, pero parece que no quieres entenderlo. Y vuelves. Y ella se aleja. Y vuelves. Y vuelves para quedarte, o eso parece.
Y ahora, como siempre, volveré a sonreír. A decir que no pasa nada, a mentirme a mi mismo. A encender otro absurdo cigarrillo que no cambiará las cosas y a maldecir el mundo
Gracias, soledad. Espero que entiendas mi sarcasmo. Si, claro, siempre lo hiciste.

29 de octubre de 2010

Llegó a la conclusión de que el mundo no estaba hecho para él (Alex)

Hora punta. Madrid. Fumaba Malboro mientras veía a personas pasar a toda prisa por su lado. Ninguna caía en la cuenta de que él estaba esperándolas. Allí, de pie en medio de la Gran Vía. Buscaba a la persona adecuada. No quería alguien que le quisiera, ni siquiera quería meterla en su cama. Buscaba alguien con quien compartir su vida. Una vida más. Una pequeña e insignificante vida, como tantas. Llegó a la conclusión de que el mundo no estaba hecho para él. De que las personas estaban regidas por unas normas que el se negaba a cumplir. ¿Por qué levantarse a las siete de la mañana, cada día e ir a una oficina en la que eres uno más? ¿Por qué celebrar la Navidad y hacer un regalo absurdo a cada miembro de tu familia? ¿Por qué pensar constantemente en la opinión ajena y reprimirse? Eso era el ser humano. Prejuicios. Alex nunca los había tenido. Se había criado en una familia de pijos adinerados. Había rechazado todos los caprichos que sus padres quisieron darle.
La persona a la que mas amó en el mundo se había marchado, diciéndole que no le quería. Sus padres acababan de morir, en un accidente de tráfico. Ellos nunca le importaron, pero nunca había experimentado la sensación de encontrarse completamente solo hasta aquel momento.
Tiró el Malboro al suelo y lo apagó con el pie. Chilló. La gran vía estaba a rebosar de gente, en cambio, ninguno de ellos quiso escucharle.

26 de octubre de 2010

Ese día cayó un enorme chaparrón en sus mejillas (Alex)

Su corazón parecía estar fabricado con madera.
Con la misma madera que estaba fabricado un mueble absurdo, de cualquier salón absurdo, de cualquier casa absurda, de cualquier vida monótona y absurda.
Cuando alguien lo destrozaba, las astillas se clavaban en su piel y le hacían sangrar. Y ella lo hizo.
Se sentó en el suelo de aquella habitación vacía, que algún día quiso ser de ellos. De ellos, que bien sonaba entonces. Y que mal ahora. Que mal suena hablar en plural cuando estas solo. No lo podía remediar, ese día cayó un enorme chaparrón en sus mejillas.

19 de octubre de 2010

Tanto amor la estaba poniendo enferma (Alba)

Cogió el primer autobús que pasó. Uno de los pequeños placeres de la vida de Alba era sentarse en los últimos asientos del autobús, donde nadie la molestara, y mirar las gotitas que caían y bajaban por los cristales, haciendo carreras entre ellas. Decidió que ese día lluvioso no tenía nada mejor que hacer que eso, disfrutar de la cosa mas simple del mundo. Se sentó en los últimos asientos, como siempre. Delante suya estaban sentados una pareja de ancianos. Ella le decía a él, preocupada, que cuando bajase del autobús todo el trabajo que había puesto la peluquera en su permanente se iría al garete. Él, asintió aburrido, mientras ella seguía quejándose una y otra vez de lo mismo. Esta escena dió que pensar a Alba. ¿En eso consistía el amor? ¿En escuchar las quejas absurdas y superficiales de tu pareja durante el resto de tu vida mientras asentías, aburrido? Después miró a una chica que estaba sentada al otro lado. Tendría su misma edad. Estaba dibujando corazones en la carpeta de clase. Volvió a pensar en ello. ¿En eso consistía el amor? ¿En dibujar su nombre en todas partes con corazones alrededor, y en decirle durante el resto de tu vida 'te amo', frase que irá perdiendo todo el sentido con los años?
Bajo del autobús. Tanto amor la estaba poniendo enferma.

1 de julio de 2010

Alba nunca se había sentido tan sola

Siete de la mañana. Madrid. Alba nunca se había sentido tan sola. No se puede decir que alguna vez hubiera tenido a alguien. Pero esta vez era diferente. Marcos, uno de sus actuales novios estaba en coma. ¿Razones? Un accidente en moto del que ella tenía la mayor parte de la culpa. Apenas le importaba. Marcos no tenía mas que el físico, apenas conocía su interior ni tenía deseos de hacerlo. Por otra parte, hacía cinco minutos que su madre llamó. La despertó para decirle que aplazaba unos meses más su "viaje de negocios". Pero, ¿cuantos meses?. Alba sabía que ni siquiera estaba de viaje de negocios. Tenía una nueva familia. Nadie se lo había dicho, pero ella lo sabía. A su madre siempre le habían gustado los hombres, y estar cada poco tiempo con uno distinto. Cambiar. Y esta vez no iba a ser una excepción. Andaría de aqui para allá buscando nuevas oportunidad. Una vida mejor. Quizá otros hijos. ¿Y Alba? Alba se sabía cuidar sola. Ya no recordaba a que olía su madre, ni los besos que le daba antes de irse a dormir. Lo hizo, quiero decir, se fue el 12 de Marzo, cuatro años atrás. Desde entonces su vida no ha sido la misma. ¿Dónde íbamos? Ah, si. Nunca se había sentido tan sola. Hacía muchos años que vivía con Rebecca, la asistenta. Siempre se habían llevado muy bien. Rebecca era una chica india que escapó de la cárcel cuando era pequeña, con su madre. Murió cuando ella cumplió los 14. La madre de Alba la contrató para trabajar en su casa de asistenta y ama de llaves. Rebecca había terminado la carrera en la universidad y ese día por la mañana, muy temprano, se marchó.
Estaba sola. Absolutamente sola. Se encontraba en el salón. Con un Lucky Strike en la mano. Era su desayuno cada día.
Una muerte lenta, pero con buen sabor.
A Alba le gustaban los Rolling Stones e Iván. Él tenía una sonrisa de esas que te hacen olvidar. Le veía todas las mañanas desde la ventana. Era perfecto.

28 de junio de 2010

(Claudia)

-¿Que estoy haciendo, Chris? Antes cada movimiento, cada respiración dependía de él. ¿Y ahora? ¿Ahora de quién depende? Si cada milésima de segundo aparece cada beso en mi cabeza. Es como un tira y afloja con mi mente, pero ella tiene mas fuerza que yo. Me apresa, me corta la respiración... ¡no me deja vivir! Pero, ¿sabes que es lo peor? Que me encanta que lo haga. Me encanta porque me da la sensación de que saboreo una vez más cada momento a su lado.
-Le echas de menos ¿verdad?
-A morir.

27 de junio de 2010

A las cinco de la tarde de aquel día gris

Hoy es 24 de Mayo. Hoy hace ocho meses que Julio se fue. Otro día mas que tachar en el calendario. Ella pensaba que su vida era perfecta. Todo le salía como esperaba, tenía amigos, dinero y no le faltaba de nada. Hasta que llega la persona. Digo la persona porque dicen que en la vida solo parece una. Puedes creerlo o no, pero nunca llegarás a entenderlo del todo. A partir de la primera mirada que cruzas con esa persona todo se tuerce. Tu vida puede llegar a ser horrible o increíblemente perfecta. No hay un término medio. Y todo depende de una persona. A partir de ese momento, ella controla tu vida. Inconscientemente o no, claro.
En eso se basaban los pensamientos de Claudia Marín el 24 de Mayo, mientras desayunaba. Intentaba concentrarse única y exclusivamente en la tele. Echaban uno de esos programas en los que llamas y te tocan premios. Patético. Tanto como su vida en esos momentos. Ni siquiera se atrevía a cruzar unas palabras con su hermana. Hoy era uno de esos días en los que vuelven los recuerdos a tu mente y nada te sale bien. No puedes contigo misma.
Al parecer, Lucía Marín no se daba cuenta del estado en el que se encontraba su hermana y decidió iniciar una absurda y ya rutinaria conversación:
-¿Sabes que hoy viene el nuevo novio de mamá?
-¿Otro?
-Si, y creo que este viene para quedarse mucho tiempo.
-Eso dicen todos
-Lo sé, pero mamá siempre intenta convencerse de ello... ¿Cómo crees que será este?
-Ni lo se, ni me importa. Voy a dar una vuelta, no me apetece recibir a nadie.

Dicen que, a pesar de todo, hay probabilidades de sustituir al gran amor de tu vida. Es sencillo, la otra persona tiene que cumplir todas y cada una de tus espectativas. Nunca podrá sustituir al amor que se fue, pero puede ayudar al olvido...
Todo es tan complicado que le apetece morirse un rato y volver cuando haya acabado la tormenta. Lo que no sabía Claudia es que los primeros truenos retumbarían en su vida a las cinco de la tarde de aquel día gris

30 de mayo de 2010

Quiero morir un rato, y si es a tu lado...

No hace falta que te esfuerces en no guardar silencio. Porque de todas maneras, lo que digas se lo acabará llevando el viento. No volverá nunca. O quizá sí. Es como una ola del mar, ¿cuando verás la misma ola dos veces?. O como un abrazo. No hay dos iguales. Cada uno lleva un sentimiento detrás. Los hay bonitos, como una amistad que parece no terminar. O tan llenos de hipocresía que un día explotarán. O como una estrella, cada una lleva la vida de alguien, pienso yo. Cada día de la vida de un diminuto ser humano, en este mundo que ya no es tan bonito como lo pintaban.

12 de enero de 2010

Los sueños se rompen con la misma facilidad que la varilla de un paraguas

Julia iba andando por la calle mayor cuando encontró un paraguas. Imaginó que el paraguas la elevaría por los cielos. Podría tumbarse en las esponjosas nubes, esquivaría los rayos, volaria con los pájaros. También vería a la gente que le hizo daño muy pequeñitos, ahora si estaba por encima de ellos. Pero Julia se dio cuenta de que sus sueños no podían cumplirse. ¿Como iba a volar con un paraguas que tenía una varilla rota?
Los sueños se rompen con la misma facilidad que la varilla de un paraguas.

11 de enero de 2010

La soledad te tiene presa entre sus garras. No puedes moverte. Ni siquiera puedes dar un paso. Pero quizá quieras que la soledad te aprese. Si, claro que quieres. Prefieres que te aprese ella a que lo haga algún idiota que diga estar locamente enamorado de ti.