Como dice Rulo, amores de contenedor. Amores de fábrica, de diseño. Amores sin control. Amores cortos, amores largos. Amores que acaban en el minuto dos, amores que batallan tempestades. Amores sin amor.
El suyo no estaba encasillado. Nunca supe ponerle nombre, dicen que el que menos ama es el que se etiqueta. Nunca se quisieron tanto, o siempre se quisieron demasiado. ¿Qué importa a estas alturas?
Se conocieron cuando empezó todo. Una vez finalizada la guerra, cuando parecía que se abrían mil caminos para ellos a las puertas de ese pueblo que no les dejaba respirar. Amor a escondidas, se querían a oscuras, eran otros tiempos.
Años después, partió el primer tren a la capital y él se fue, a buscar la vida que aún no había encontrado. Tiempo más tarde volvió por ella y de la mano descubrieron aquella que era la gran ciudad. La ciudad del futuro, en la que después tendrían a sus hijos y a su nieta.
Su amor se mantuvo entre hospitales, salas de espera, camillas, médicos y enfermeras. Entre medicamentos y lágrimas. Y abrazos. Porque siempre hay abrazos, siempre hay una mano que les sujeta, la del otro. Siempre serán ellos dos, solo ellos dos. Aún así, siempre me tendrán a mí.