27 de febrero de 2011

#6 Querido Christian; África.

Tenía los codos ensangrentados y le picaban los ojos a causa del rimmel. Probablemente en otra ocasión se hubiera muerto de vergüenza por lo desaliñada que iba, pero, entonces, no era del todo consciente de lo perdida que estaba. Recorrió la aldea buscando un teléfono para llamar a casa. No lo encontró. Se tumbó en un banco, muerta de frío y de miedo. ¿Cómo había llegado hasta allí? Siempre había sido dada a la noche y al alcohol, pero nunca se había pasado tanto de la raya. Hundida en sus pensamientos, se quedó dormida, y no se despertó hasta que pasaron dos o tres horas, cuando una anciana se dirigió a ella.
-¿De dónde eres, niña?
-De...de Madrid.
-¿Madrid? Y, ¿qué haces aquí, entonces? ¿Eres familia de alguien del pueblo?
-No. No sé donde estoy, esta mañana me desperté aquí.
-Ay, dios mío... ¡qué juventud! - Y se alejó.
-¡Señora! ¡señora, por favor! Un poco de ayuda no me vendría mal... - De repente, vio que la mujer que le hacía señas para que la siguiera.
-Anda, entra, pobrecilla...
-No hace falta, simplemente quiero saber donde estoy, o donde puedo coger un tren o un autobús para irme a casa, no se moleste.
-¿Un tren o un autobús aquí? ¡Qué imaginación! A este pueblo sólo se puede venir en coche, por una carretera que está totalmente destrozada, no sé como has llegado hasta aquí, chiquilla. Te traeré algo caliente.
Esas fueron las últimas palabras de la mujer antes de adentrarse en la cocina. África hizo ademán de sentarse pero no pudo evitar ver un albúm de fotos sobre la mesa. Miró en dirección a la cocina, asegurándose de que la señora no venía, y abrió el albúm. Había fotos de una chica que, imaginó, sería su hija. Dicha chica salía con un vestido de novia, de la mano de un apuesto muchacho que le recordaba a alguien, no sabía a quién. Siguió viendo fotos en las que se percibía la evolución de ese matrimonio, los cambios en sus rasgos al ir haciéndose adultos. En las fotos siguientes se veían dos bebés, un niño y una niña, que se iban haciendo mayores mientras iba pasando las páginas. Cada vez creía reconocer más al chico, hasta que llegó a la foto en la que se le veía de adolescente. Era el chico de la estación de autobuses, el de las Converse rotas, el que le dió el cigarrillo y se marchó sonriendole de medio lado.
Se mareó, no podía ser, el mundo es muy grande y... ¡Dios! ¿Qué hacía allí? ¿Quién la había traído? ¿Aquel chico?
De repente, la anciana entró en el salón y le ofreció un chocolate caliente. Se lo agradeció con una sonrisa y, mientras se lo tomaba, buscaba las palabras adecuadas para preguntarle por el chico.
-Perdoneme, pero no he podido resistirme a mirar el albúm que tiene sobre la mesa. He... he visto a un chico que creo conocer. Supongo que es su nieto.
-¿Christian? ¿Lo conoces? Pero, ¿no decías que eras de Madrid?
-Sí, sí. Soy de Madrid, le vi en la estación de autobuses hace unos días y... - iba a contarle lo del cigarrillo, pero no creyó que a su abuela le hiciera mucha gracia - y... bueno, estuvimos hablando. Iba con más gente. ¿Vive aquí?
-Oh, claro que sí. Está en la habitación, estará a punto de salir.
De repente, le entró un miedo absurdo a ver a aquel chico. Tenía... ansiedad. Sí, esa era la palabra, ansiedad.

3 comentarios:

  1. me acabo de leer las entradas sobre esto, y... me gusta el tal christian, si

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  2. quiero saber como acaba esta historia :))

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  3. Como la muchacha de aquí arriba, quiero leer cómo acaba esto... :D

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