28 de junio de 2012

Bajo la suela III

-Las canciones más bonitas las escribió un fumeta. 
Volvió a sonreír y me abrazó. Llevaba la misma pinta de bandarra que hacía veinte años, y las mismas cicatrices en los brazos tapadas con tatuajes de mitos del rock.
-Te voy a echar de menos. Me acordaré de ti cuando tenga que matar a cuatro o cinco inocentes de un solo tiro. Me acordaré de la cara que estás poniendo ahora mismo.
-Aún puedes echar a correr.
-¿Acaso ahora no estoy huyendo?
Me quitó el peta de la boca, le dio una calada y se fue. Ni siquiera tuvo el valor de mirar atrás. Supongo que sí, siempre fue un cobarde. Un cobarde demasiado destrozado como para quedarse.

Nada más doblar la esquina sucedió como siempre sucedía: llegó Izan. Me subí a la moto y fuimos a los túneles. Nos miramos en silencio durante al menos una hora, ni siquiera me abrazó, ni me intentó consolar. No necesitaba consuelo, no estaba triste. Solo había quedado un roto en mi vida que no sabía con qué hilo coser. No iba a echar de menos a mi padre, ni siquiera iba a pensar en él. Aún así, sabía que a partir de ese día, la soledad iba a carcomer los muros del barrio. Los bancos, los parques, los tejados... Lo iba a arrasar todo. 
-¿Se ha ido?
-Para no volver.
-¿Cómo lo sabes?
-No ha mirado atrás, su deuda pendiente ha quedado zanjada. Ya no le necesito.
-Nunca lo has hecho.
-Pero él no lo sabía. ¿Tienes fuego? 


No hay comentarios:

Publicar un comentario