Se me hace rara la ciudad.
Cada verano la dejo un tiempo y, al volver, se me hace rara. No me gusta el
paso frenético de la gente aquí, ni sus caras largas. Creo que va siendo hora
de irme acostumbrando a lo rutinario de la rutina, a la monotonía de los minutos,
las horas, los días. Va a ser verdad eso de que nunca estoy a gusto con nada,
pero ¡joder!, el fracaso es para los conformistas. Tirada en la habitación, con
el portátil, sin más planes que lo que voy a hacer mañana por la mañana y
sonando una canción que ni siquiera me acuerdo de cómo se llama me doy cuenta
de algo. Y es que no me acuerdo de escribir. Se me han olvidado las metáforas,
las hipérboles y las comparaciones. Se me ha olvidado qué decir y cómo decirlo.
Pero, supongo que no hay nada de malo en esto, la gente con problemas es la que
sabe contar historias que merecen la pena. Es un precio, y me parece justo.
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